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Emergiendo de un robusto 4x4 cubierto de arena, la broncínea figura de Cristo, crucificado pero sin su cruz, se convierte en la imagen de un hippie juerguista, las gafas de sol sobre la frente y una cerveza en la mano, que interpela a una esbelta muchacha a que se una a la fiesta. Con este Jesús de Formentera, Marcos Vidal nos invita nuevamente a recorrer su particular mundo en miniatura, poblado por viejos juguetes y objetos cotidianos que ha rescatado del abandono, invirtiendo el lógico ciclo de nuestra sociedad de consumo, para reincorporarlos en lo más alto de la jerarquía de lo inanimado, como obras de arte.

Se trata de una selección retrospectiva, pero no exhaustiva, en la que se unen obras expuestas recientemente en diversos centros expositivos de Mallorca y la península y nuevas piezas creadas específicamente para esta ocasión, que demuestra la coherencia del discurso que Vidal ha ido desarrollando en los últimos años. A sus conocidos montajes de objetos encontrados, en los que el espectador se halla ante una escena cuyos detalles va descubriendo a medida que la observa desde sus diferentes ángulos, el artista ha añadido en esta ocasión fotografías de gran formato que presentan su propio punto de vista. De esta manera, se establece un diálogo entre la pieza física y la fotografía, aportando esta última, además de una mirada particular, la magnificación de los objetos representados, los cuales al perder la proporción real devienen doblemente descontextualizados y por tanto mucho más elocuentes. Es el caso de “Dolce Vita”, ensamblaje del cual el artista ha extraído dos fotografías en las cobran mayor protagonismo un feliz enanito barbudo y su solicita sirvienta. A través de estas reproducciones, Vidal concentra nuestra atención en la escena principal del conjunto y realza el aspecto compositivo, que puede quedar más diluido al ver la pieza real. En otros casos, la fotografía le sirve para reelaborar una pieza, como ocurre con el pasmado televidente que pasa de habitar una caja en “Fútbol” a fundirse con una silla en “Cadira futbòlica”. Saltando de la tridimensionalidad a la bidimensionalidad y viceversa, Marcos Vidal extrae nuevas lecturas y aplicaciones de sus diminutos personajes. Pareciera que al artista en ocasiones se le queda pequeño el espacio de sus cajas y necesita expandirlas, abarcando el espacio de la sala, y así vemos como algunas de sus últimas piezas tienden a convertirse en instalaciones y asignar un lugar al espectador.

Con estas nuevas piezas, y la incursión en nuevos formatos, la mirada crítica de Marcos Vidal sigue intacta, y más aún, amplía su lenguaje con nuevas formas a las que auguro interesantes resultados (esa Cadira futbólica sugiere un fructífero camino en el que la imagen fotográfica se apodera del objeto). Ácida y lúcida, esta creciente colección de readymades que es la obra de Vidal bien vale el viaje hasta Porreres, aunque sea de noche y por la carretera vieja.

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