No es posible descender dos veces al mismo río, tocar dos veces una sustancia mortal
en el mismo estado, sino que por el ímpetu y la velocidad de los cambios
se dispersa y nuevamente se reúne y viene y desaparece.
Heráclito
La realidad monumentalizada a través de un discurso fragmentado es una propuesta inquietante pues configura un choque de escenarios en donde la vida se desarticula. Ésta es la música de fondo en donde se ejecuta la pérdida de los bordes de lo impuesto bajo el yugo de la cotidianidad. En Vértigo universal pareciera que existe una mirada de soslayo hacia un tiempo que aguardamos pero que ha envejecido sin haberse posicionado.
Con la minuciosidad de un francotirador que habita plenamente su aislamiento, Vidal Font aborda tanto el síntoma como el mapa de la enfermedad posmoderna; la nostalgia de lo imposible de la que es objeto cada individuo que va reconsiderando lo inadvertido. Los filos de la belleza se han mellado ante la clasificación oscilante de lo que, de manera convulsa, nos rodea. Se configuran aquí ideas rebasadas del aniquilamiento y la relación que mantiene la carne de cañón con su verdugo, transmite la distorsión de las señales propagadas, la esterilidad del lenguaje, la servidumbre a la orden del día, las aristas de la ley del más fuerte, la utilización de la mujer como pantalla accesoria, el consumismo desbordado, el poder adquisitivo y sus alcances, pero también el escarpado viaje hacia el corazón de las cosas.
En Vértigo universal se muestra el paisaje de un objeto expuesto en jirones de papel; su manera de amueblarse a través de una ensambladura que despliega un temperamento insospechado, y también el vórtice implícito en su composición. Hay aquí una relectura, una resignificación y una presentificación de una realidad trastocada por la misma realidad. “El ojo que se altera lo altera todo” afirma Yeats; el del francotirador es mordaz, cáustico. Apunta a la contraposición de significados y materiales, al destino que poseen los objetos a pesar de nuestra apropiación y su conjugación con nuestra vida diaria. Así, el fenómeno de aquel encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas sobre la mesa de disección, vuelve a encresparse para regocijo de nuestro esqueleto encajado sobre la carne, pero sobre todo, para el júbilo del francotirador que dispara al río de cambios incesantes.
Jean-François Lyotard, La posmodernidad, Gedisa, Barcelona, 1996.