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Dos buenas hostias: una en la cara y la otra en la boca del estómago, con el puño cerrado y la mente abierta, porque un par de hostias bien dadas pueden ser un acto intelectual, razonable y necesario, porque un par de hostias bien pegadas pueden ser el mejor argumento para defender nuestras ideas, para hacerlas valer, para que nos crean… Que las palabras se las lleva el viento y las hostias te las llevas puestas, y duelen, y te acuerdas, y joden. Que sí, que nos han empezado a recortar pero sólo de lo nuestro, que nos han recortado sin darnos opción, sin preguntarnos si también queríamos recortar de lo otro, de lo suyo, de lo de ellos, pero todo eso no se recorta, eso no se toca, eso es propiedad privada de los que gobiernan, de los que controlan, de los poderosos, de los que tienen la pasta. Manda huevos, ahora nos jodemos, ahora nos dan por el culo incluso más que antes, ahora nos recortan hasta lo indispensable y son ellos los que nos pegan duro, los que nos dan una buena paliza, sin miramientos, sin alimentos, sin trabajo, sin oxígeno, nos llenan el cuerpo de heridas y la sangre nos cubre la piel, nos tapa los hematomas y camufla nuestra cara de lerdos… Éramos cerdos que volábamos, ahora somos cerdos que berreamos mientras nos llevan al matadero: ¡adiós corderos!

 

Marcos Vidal es uno de esos cerdos que berrea, y berrea fuerte, se resiste como puede aunque sabe que también acabará en el matadero, como todos, como nosotros, como yo, aquí en las islas se hacen sobrasadas: grasa, magro y pimentón, pues eso. Marcos Vidal corta y pega con tijeras, con pegamento y con rabia, con mala leche, el artista arranca el papel a mordiscos y lo pega en su cuaderno a escupitajos. Sus collages, su libreta, son un diario de guerra, de guerra de verdad, real y cotidiana, con muertos, suicidios y asesinatos, con sexo, religión y política, con putas y putos, una guerra con las miserias que tienen las guerras, y la vida, y esta mierda de mundo que hemos construido. Marcos Vidal corta cuchillo en mano y pega hostias bien dadas, de esas que te arrancan la cabeza, de esas que necesitamos, de esas que hacen falta para reaccionar, a ver si evitamos que nos trituren y nos embutan en una tripa, a ver si impedimos que nos den como alimento para cebar a los siguientes cerdos, a cerdos cada vez más jóvenes pero con peor futuro, a esos cerdos blancos con el porvenir más negro.

 

Cortar y pegar, dos palabras extraordinarias que sirven para todo, bendita polisemia. El político nos (re)corta y nos pega, el artista corta la noticia, trasciende el hecho, le da la vuelta y la pega en su cuaderno: “¡Nos la están metiendo doblada!”, exclama, mientras corta con su navaja, mientras amputa, mutila y nos pega un par de hostias bien dadas, justo ahí, donde más duele, ¡zas! en toda la cara. Una bitácora bélica llena de antihéroes y bombas, unas figuras hechas con remiendos y zurcidos, cortar y pegar de nuevo, unas esculturas de gente corriente que cobran forma y adquieren vida, perdedores que a veces ganan y viceversa, tipos con la cabeza de huevo, de payaso o de dinosaurio, con las poyas enormes o los pitos pequeños, conejitas de playboy, indígenas y payesas, polifemos, Bob Esponjas y comemierdas, gente normal, gente corriente como él, como nosotros y como ellos. Un diario de guerra donde pegar hostias y cortar cabezas, cabezas cortadas y hostias pegadas, así es, así sea.

 

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