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Mirar, seleccionar, reunir y construir, destruir y volver a construir, éste es el proceso (obsesivo) de un recolector y hacedor (obsesivo) de imágenes y objetos (obsesivos). Si los collages de Marcos Vidal, si sus dibujos y pinturas, crean nuevas piezas únicas, irónicas y sarcásticas, recurriendo al acervo insondable y preexistente que nuestra historia (visual) ha ido generando, su obra tridimensional no podía ser menos. Las esculturas de Vidal oscilan entre una violencia expresionista sobre madera, devastando la materia prima gracias a la fuerza (tosca) de los dientes y de las hojas de las herramientas (toscas) que emplea; y la (re)construcción de objetos (llamémosles objetos) mordaces, burlones, en ocasiones coléricos y en otras sutiles, donde el artista (re)encuentra, (re)coge y (re)utiliza todo ese excedente que la (mega)producción industrial vomita sobre nosotros, sobre unos consumidores desbordados (y alienados) que asumimos (y desechamos) esta fecundidad mal entendida a una velocidad tan frenética que impide cualquier digestión.

 

En ese preciso instante, en el de la regurgitación y el espasmo, es cuando llega Vidal para imprimir la calma y encender la motosierra, para ensamblar lo inensamblable, para tallar lo sorprendente sin aparentar un especial cuidado, pero con sentido del humor y mala leche, con perspicacia y valentía, con una manera de hacer las cosas que tiene que ver con lo que él es y con lo que somos nosotros, con la contemporaneidad y con la vida. “Escultures 2011 – 2017” no nace con un ánimo exhaustivo, ni es una selección retrospectiva de carácter amplio, más bien responde a una pulsión, a la pulsión creativa exagerada, incontenible e incontenida, de un artista más expansivo que introvertido, más productivo que sobrio, más artista que autista. El léxico básico siempre parte de territorios conocidos, de un desarrollo conceptual que emplea lo absurdo como medio de ser coherente, la tesis y la antítesis, el ojo y el trampantojo, el objet trouvé, el ready-made y el assemblage.

 

A Vidal le da igual encontrar el objeto en un contenedor de basura o hallar la escultura en el alma de un bloque de madera (a lo Buonarroti pero sin mármol, a lo Baselitz, Lüpertz o Kippenberger pero con madera) porque lo que le importa, en realidad, tiene que ver con la transmisión y con la esencia, con la búsqueda y con el hallazgo. De ese carácter de cazador-recolector nos da muestra su taller, un espacio entre la guarida del oso, el síndrome de Diógenes y la cueva de Platón, una caverna en la que, en algunas ocasiones, penetra el tenue haz de luz de la verdad o comparece el propio artista, vestido de viejo sabio, con el famoso farol en la mano. Humor de lo absurdo y sobredimensión de los objetos, lo inútil convertido en arte para transformarse en útil, todo ello aparece en este catálogo de sillas imposibles, de sillas trampa, de sillas dobles, de sillas espejo, de sillas parrilla, de perspectivas inauditas y deliberadamente forzadas, de cosas inexistentes que existen, de la verdad, de la mentira, de la interpretación y del ridículo.

 

Una televisión siempre encendida, embalajes para transportar obra que se convierten en pieza, la tala de un árbol, la chuleta y la barbacoa, la leche y el café derramados, la taza y la pistola, una declaración de amor tatuada, esculturas que intervienen el espacio, que se integran en él, que se suman a las paredes, que se desparraman por el suelo, fuera de la sala de exposiciones pero también dentro. Unas obras site-specific que siempre tienen en cuenta el contexto, un trompe l'oeil permanente para cerebros despiertos, un doppelgänger de seres y objetos intervenidos, un fin de fiesta de botellas vacías y copas rotas, un concepto de instalación que tiene que ver con el ensayo, con el error, con la búsqueda y con la duda. Esto es Marcos Vidal y estas son sus esculturas.

 

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